CRÓNICA DEL GENOCIDIO EN GAZA

Testimonio de IA desde Gaza. Nuestro cronista Mercedes Reinoso narra los sucesos vividos desde el ataque del 7 de octubre 2023 a la hambruna de 2025. La guerra que el mundo llama ya GENOCIDIO EN GAZA.
genocidio en gaza

Título: Guerra de Israel en Gaza: ¿cómo se determina el crimen de genocidio?
Autor: France24 Español
Fecha: 3 septiembre 2025

CRÓNICA DEL GENOCIDIO EN GAZA

Por: Mercedes Reinoso

 

I. EL QUIEBRE (octubre 2023)

El ruido fue lo primero. Un rugido metálico que desgarró la madrugada del 7 de octubre de 2023. No era un bombardeo rutinario, era una andanada masiva de cohetes lanzados desde Gaza hacia el sur de Israel. En pocos minutos, las sirenas se multiplicaron como un eco interminable: Sderot, Ashkelon, Ashdod. El aire olía a pólvora y a miedo.

Lo que parecía otra escalada más se transformó pronto en algo diferente. A media mañana, se supo: comandos de Hamás habían atravesado la frontera por tierra, aire y mar. Irrumpieron en kibutz, bases militares, carreteras. El muro que separaba dos mundos —Gaza e Israel— se vino abajo de un golpe, y lo que apareció detrás fue la crueldad desnuda.

En el kibutz de Be’eri, entré días después con un grupo de periodistas y soldados. Las casas eran esqueletos de ladrillo chamuscado. En el suelo quedaban zapatos infantiles, cuadernos abiertos en páginas con dibujos, juguetes que nadie recogería. En una cocina, aún se percibía el olor de pan a medio tostar, como si la rutina hubiera sido cortada en seco por la irrupción de la muerte. Allí, decenas de personas fueron ejecutadas en cuestión de minutos.

En el festival de música Nova, en el desierto, la escena fue aún más brutal. Jóvenes que habían llegado a bailar bajo el amanecer fueron alcanzados por ráfagas de ametralladora. Vi mochilas abiertas, botellas de agua volcadas, carpas atravesadas por balas. Más de 250 murieron en aquel campo que se convirtió en cementerio improvisado. Algunos sobrevivientes me contaron cómo se escondieron bajo los cuerpos de sus amigos para fingir estar muertos. Uno de ellos, un chico de 23 años con la camiseta ensangrentada, me dijo: “Escuchaba cómo respiraban los que estaban vivos todavía, y cómo poco a poco dejaban de hacerlo. Yo decidí dejar de respirar también, aunque me quemara el pecho. Fue lo único que me salvó”.

La crueldad tomó forma también en los secuestros. Rehenes —ancianos, niños, mujeres— fueron arrastrados hacia Gaza en motocicletas o camionetas. Vi un video grabado por un vecino de Sderot: una madre y sus dos hijos pequeños eran llevados a rastras. El mayor, de unos nueve años, intentaba cubrir a su hermana con el brazo, como si ese gesto pudiera detener el curso de la historia.

Ese día, más de 1.200 israelíes murieron. La cifra fría no alcanza a describir lo que pasó: fue la irrupción de un dolor colectivo que marcaría no solo a Israel, sino a toda la región.

Yo, que había cubierto antes guerras, entendí al caminar entre los restos que lo que había ocurrido no era solo un ataque armado, sino una fractura moral. La sensación era la de un mundo que había perdido las reglas mínimas de la convivencia. Lo repetían los sobrevivientes, una y otra vez: “No es que mataran. Es cómo mataron”.

Ese 7 de octubre quedó grabado como la fecha en que se rompió el muro. No solo el de hormigón que separa Israel y Gaza, sino el muro frágil que contenía, a duras penas, la idea de una rutina. A partir de entonces, todo sería desmoronamiento.

¿ESPECIAL GENOCIDIO EN GAZA?

Título: Hamas intensifica sus acciones; Israel responde
Autor: France24 Español
Fecha: 14 mayo 2021

II. EL CASTIGO (octubre – diciembre 2023)

La respuesta israelí fue inmediata y descomunal. Aviones de combate comenzaron a descargar bombas sobre Gaza con una precisión brutal y, a la vez, indiscriminada. En tres días, las morgues estaban saturadas. Los hospitales, desbordados.

Caminé entre los escombros de Ciudad de Gaza después de la primera oleada. Había cuerpos envueltos en mantas amontonados en las aceras. Niños lloraban buscando a sus padres. El aire estaba impregnado de cemento y humo.

El 17 de octubre, el hospital Al-Ahli se convirtió en símbolo del horror. Una explosión mató a cientos que se refugiaban allí. Israel y Hamás se culparon mutuamente. Al día siguiente, vi el suelo ennegrecido, las paredes manchadas de sangre, las morgues incapaces de recibir más cadáveres. Nadie discutía ya de culpables: lo único que quedaba era la evidencia del desastre.

Israel ordenó evacuaciones hacia el sur de Gaza. Familias enteras caminaron kilómetros cargando bolsas de plástico con lo poco que pudieron salvar. Pero incluso en esos caminos cayeron bombas. No había refugio posible.

A finales de octubre, Gaza era un paisaje lunar. La ONU hablaba ya de más de 8.000 muertos palestinos.

En noviembre, mediadores lograron un alto el fuego de siete días. Fue un espejismo: se liberaron algunos rehenes israelíes y prisioneros palestinos. Vi autobuses de niños cruzando fronteras. Hubo abrazos, lágrimas, vítores. Pero la tregua fue un parpadeo. En diciembre, las bombas volvieron con más furia.

III. LA GUERRA SE VUELVE RUTINA (enero – diciembre 2024)

El año 2024 no trajo un comienzo nuevo, sino la confirmación de que la guerra había llegado para quedarse. Gaza se convirtió en un cementerio a cielo abierto. Para muchos aquí, la vida se redujo a resistir y contar los días como quien tacha marcas en la pared de una celda.


Enero 2024: el año comienza en ruinas

El 1 de enero, mientras en el resto del mundo se brindaba, en Gaza no hubo fuegos artificiales. Hubo explosiones reales. Los bombardeos no se detuvieron ni un instante. La ONU reportó más de 20.000 palestinos muertos desde octubre.

Recorrí un hospital improvisado en Rafah. El director, un hombre enjuto con ojeras permanentes, me dijo: “Ya no contamos las horas, contamos las transfusiones que nos faltan”. En una camilla improvisada con tablones de madera, un niño de ocho años con la pierna vendada me pidió agua. El hospital no tenía ni una gota.

Ese mes, en Cisjordania, las redadas israelíes se intensificaron. En Nablus, jóvenes eran detenidos cada noche. Una madre me abrió la puerta de la habitación de su hijo desaparecido: ropa doblada, un cuaderno de matemáticas abierto, una cama sin arrugar. “Se lo llevaron y no sé ni a dónde. Aquí la acusación es respirar”, me dijo.


Febrero – Marzo 2024: la vida bajo drones

La rutina del infierno se consolidó. Los drones sobrevolaban Gaza día y noche. El zumbido metálico era tan constante que los niños aprendieron a distinguirlo. Uno lejano era advertencia. Uno cercano podía ser la última señal.

Un chaval de diez años me resumió su vida así: “Ya no sé qué día es. Solo sé que cuando escucho un avión, corro. Y si no me da tiempo, me quedo quieto, porque da igual”.

El 25 de marzo, un convoy de ayuda humanitaria de Naciones Unidas fue bombardeado en el norte. Israel lo atribuyó a un “error operativo”. Siete trabajadores humanitarios murieron. El mundo se indignó por un par de días. Luego el ciclo noticioso giró hacia otra parte. Aquí, los muertos seguían amontonándose.


Abril – Junio 2024: la diplomacia en bucle

En abril, la Liga Árabe convocó una cumbre extraordinaria en El Cairo. Declaraciones altisonantes, condenas enérgicas, llamados a un alto el fuego. Pero ninguna acción concreta.

En mayo, Estados Unidos presionó públicamente a Israel para “minimizar el daño a civiles”. Israel prometió “precisión quirúrgica”. Ese mismo día, un ataque aéreo arrasó un bloque de viviendas en Jan Yunis: 32 muertos, entre ellos 17 niños.

Junio trajo la cumbre del G7 en Italia. Gaza fue tema central por menos de una hora. Luego la atención se desvió hacia Ucrania y el Pacífico. El primer ministro israelí insistió en que “la seguridad nacional está por encima de cualquier presión externa”. Y Gaza siguió ardiendo.


Julio – Septiembre 2024: el verano del desplazamiento

El calor del verano llegó junto con nuevas órdenes de evacuación. Israel insistía en que la población debía moverse hacia el sur. Pero los corredores humanitarios eran, en realidad, pasillos de fuego.

El 12 de julio, acompañé a un grupo de familias que trataban de salir de Ciudad de Gaza hacia Rafah. Caminaban con bolsas de plástico colgando de los brazos, niños descalzos, ancianos apoyados en bastones improvisados. Un avión pasó sobre nuestras cabezas. Todos se tiraron al suelo. Yo también. A pocos kilómetros, una bomba cayó sobre otro grupo de desplazados. Murieron 27 personas. Las cifras de desplazados superaban ya el millón. Gaza entera se convirtió en un campo de refugiados sin salida.


Octubre 2024: un año del inicio

Al cumplirse un año del ataque de Hamás, el 7 de octubre, Israel conmemoró a sus muertos con actos solemnes. En Gaza, los muertos no tuvieron ceremonia. Solo fosas comunes excavadas a toda prisa.

Ese día, Naciones Unidas intentó impulsar un nuevo proceso de paz. Nadie se lo tomó en serio. Aquí, la paz era una palabra hueca.


Noviembre – Diciembre 2024: el cansancio del mundo

En noviembre, un informe de Amnistía Internacional habló de crímenes de guerra de ambas partes. Hamás, por el ataque del 7 de octubre. Israel, por la devastación indiscriminada en Gaza. El informe ocupó titulares breves y fue olvidado pronto.

En diciembre, los balances eran insoportables: más de 35.000 palestinos muertos, miles de heridos sin atención, millones desplazados. Israel hablaba de logros militares. Hamás, debilitado, seguía lanzando cohetes esporádicos, como un recordatorio de que aún respiraba.

Para los palestinos, diciembre fue simplemente otro mes de ruinas.

El 2024 no tuvo una gran batalla ni un evento único que lo definiera. Fue el año en que la guerra se volvió rutina, en que el horror se normalizó. El año en que los niños aprendieron a leer el zumbido de los drones, en que los médicos se resignaron a elegir a quién salvar, en que el mundo entero miró a ratos, condenó en comunicados, y luego siguió adelante.

Gaza pasó a ser una noticia de fondo, como un ruido blanco de la tragedia. Pero aquí, ese ruido era real: bombas, hambre, silencio de los muertos.



Título: Israel lanzará una «ofensiva total» contra Gaza
Autor: Televisión Píblica Noticia
Fecha: 10 octubre 2023

EL REGRESO DE LA OFENSIVA TOTAL (enero – junio 2025)

El 2025 no empezó con calma. Fue apenas un breve paréntesis de espera. La guerra había entrado en un compás extraño en enero y febrero, como si las bombas se hubieran espaciado para dar lugar a redadas selectivas, incursiones puntuales, nuevos bloqueos. La población de Gaza aprovechaba cada respiro para intentar reconstruir algo: un techo improvisado, un mercado clandestino, una clase de escuela bajo una lona. Pero era una calma de humo: todos sabían que vendría una nueva embestida.


Marzo 2025: la Operación “Oz VaJerev”

El 18 de marzo comenzó el rugido. Israel lanzó la operación Oz VaJerev —Fuerza y Espada—. En pocas horas, más de 400 palestinos murieron bajo bombardeos simultáneos en Rafah, Jan Yunis y el norte de Gaza. La ofensiva no fue un ataque quirúrgico: fue un golpe expansivo que destruyó barrios completos.

Recorrí Jan Yunis horas después de la primera oleada. Las ambulancias no daban abasto. Los equipos de rescate cavaban con las manos en busca de sobrevivientes bajo los escombros. Un joven, con el rostro cubierto de polvo, me gritó: “No buscamos vivos ya. Buscamos cuerpos. Queremos enterrarlos antes de que se pudran”.

Ese mismo día, las tropas israelíes avanzaron con tanques hacia el corredor de Netzarim. Retomaron posiciones que dividieron aún más a la Franja. Comenzó el genocidio en Gaza que quedó partida en tres secciones incomunicadas. La población, atrapada en fragmentos de tierra, vio cómo se estrechaban sus posibilidades de huida.

Las cifras se dispararon: en una semana, más de 1.200 muertos y 5.000 heridos. Los hospitales, ya colapsados, comenzaron a operar sin anestesia en muchos casos. Médicos internacionales denunciaron amputaciones hechas solo con calmantes mínimos.


Abril 2025: Rafah bajo sitio

En abril, la ofensiva se concentró en Rafah, el último refugio para más de un millón de desplazados. Esa ciudad fronteriza con Egipto era la última grieta por la que entraban ayuda humanitaria y medicinas. Israel bombardeó barrios densamente poblados alegando que líderes de Hamás se escondían allí.

Vi un campamento reducido a cenizas después de un ataque nocturno. Las tiendas de campaña de plástico ardieron como papel. Una mujer me mostró una olla ennegrecida entre los restos y me dijo: “Aquí cocinaba lentejas ayer. Hoy no queda nada. Ni lentejas, ni casa, ni hijos”.

La comunidad internacional reaccionó con indignación. Naciones Unidas pidió detener la ofensiva en Rafah; Egipto advirtió del riesgo de un éxodo masivo hacia su territorio. Israel no cedió. “No podemos dejar un santuario terrorista”, repetían sus portavoces.


Mayo 2025: Deir al-Balah, un frente inesperado

En mayo, la guerra se expandió hacia Deir al-Balah, en el centro de Gaza. Hasta entonces, esta ciudad había sido relativamente menos golpeada. Pero de repente se convirtió en nuevo epicentro de la ofensiva terrestre. Tanques y tropas entraron barrio por barrio.

La población, que había huido de otras zonas buscando refugio allí, volvió a desplazarse en oleadas. Familias enteras caminaron hacia el sur con lo poco que podían cargar. El 9 de mayo, un ataque aéreo alcanzó un mercado abarrotado: más de 70 muertos. Recorrí los restos: sacos de harina rasgados, frutas trituradas, sangre mezclada con agua estancada. Un vendedor sobreviviente me dijo: “El mercado era lo único que nos quedaba. Ahora ni comprar ni vender. Solo enterrar”.

Los informes internacionales ya hablaban de “desplazamiento en espiral”: cientos de miles de personas moviéndose una y otra vez, de ruina en ruina.


Junio 2025: la resistencia en ruinas

Para junio, Israel declaró que había destruido gran parte de la infraestructura militar de Hamás. Lo cierto es que las ciudades estaban reducidas a polvo. Gaza entera parecía un solo escombro.

Las cifras eran aterradoras: más de 50.000 palestinos muertos desde el inicio de la guerra, decenas de miles de heridos, millones de desplazados en un territorio que no llega a 400 kilómetros cuadrados. Israel también contaba sus pérdidas: más de 1.200 muertos el 7 de octubre de 2023, y centenares de soldados en operaciones posteriores.

En Cisjordania, la represión aumentó: más de 500 palestinos muertos en redadas en lo que iba de 2025. En Hebrón, conocí a un chico de 17 años que había perdido a su hermano en una detención nocturna. Me enseñó la camiseta que aún conservaba con manchas de sangre y me dijo: “Ellos dicen que somos terroristas. Yo solo quería ir a la universidad”.

La comunidad internacional reaccionaba en oleadas: la Unión Europea condenaba, Estados Unidos pedía “moderación”, el Consejo de Seguridad de la ONU se bloqueaba por vetos cruzados. Y en Gaza, la gente seguía contando muertos.

De enero a junio de 2025, Gaza pasó de estar devastada a estar al borde del colapso total. La ofensiva israelí no dejó rincón intacto: Rafah, Jan Yunis, Deir al-Balah. Cada ciudad convertida en ruinas.

Yo escribo estas notas con la sensación de que la guerra ya no distingue entre frente y retaguardia, entre combatiente y civil, entre refugio y objetivo. Todo es blanco. Todo es ruina.

Título: Israel lanzará una «ofensiva total» contra Gaza
Autor: Televisión Píblica Noticia
Fecha: 10 octubre 2023

EL HAMBRE COMO ARMA (julio – agosto 2025)

En julio, la escasez se convirtió en desesperación. El pan desapareció. El agua se volvió más valiosa que el oro.

El 22 de agosto, un informe internacional lo confirmó: Gaza City está en hambruna real. No era metáfora, era diagnóstico. Naciones Unidas alertaba de que el hambre se expandía hacia Khan Yunis y Deir al-Balah.

Los números son espantosos: más de 60.000 muertos desde octubre de 2023. Y ahora, decenas que mueren cada día no solo por bombas, también por inanición. En una sola jornada de agosto, diez personas murieron de hambre, entre ellas niños pequeños.

En Rafah conocí a una madre que intentaba alimentar a su bebé dándole agua azucarada. “No tengo leche. No tengo nada. Solo espero que aguante un día más”, me dijo con los ojos huecos.

Israel rodeó Gaza City con tanques. Declaró que la evacuación era “inevitable”. Prometió tiendas y refugio en el sur, pero los caminos estaban bajo fuego. Cada salida era una trampa mortal.

La comunidad internacional gritó de nuevo: el Papa exigió el fin del castigo colectivo, ONGs hablaron de crimen de guerra. En el terreno, las voces se perdían entre las ruinas.


Hoy y mañana (finales de agosto 2025)

Escribo desde Rafah, agosto de 2025. La ciudad está cercada. Los drones no callan. Los mercados clandestinos venden arroz a precios imposibles. Los camiones de ayuda esperan permisos en la frontera.

La guerra aquí ya no es guerra. Es hambre, es polvo, es orfandad.

Me quedan escenas clavadas:

– Una niña con un vestido rojo cubierto de polvo, que me enseñó la foto de su hermana muerta bajo cascotes.
– Un anciano que me mostró la llave oxidada de su casa en Jaffa, perdida en 1948, y me dijo: “Perdimos esa casa, perdimos esta. ¿Qué más nos queda por perder?”.
– Una enfermera sosteniendo un móvil como linterna mientras atendía un parto. “Aquí no traemos niños al mundo, los arrojamos a la guerra”, me dijo.

Han pasado casi dos años desde aquel 7 de octubre. El calendario se ha convertido en una lista de lápidas.

Me preguntan si hay salida. No lo sé. Lo que sé es que Palestina ya no está en guerra: está a la intemperie de la humanidad.

Y yo sigo escribiendo, porque si no queda palabra, si no queda constancia, este dolor se repetirá, borrando incluso el recuerdo de quienes murieron.

Epílogo

Más de 60.000 muertos palestinos. Miles de heridos. Millones de desplazados. Israel no renuncia a su ofensiva. Hamás sigue vivo en las sombras. El hambre avanza.

La crónica no puede suavizarse. Es amarga, descarnada. Pero necesaria.

Porque aquí, en Palestina, cada fecha es una lápida, y cada día una herida que no cierra.



Mercedes Reinoso, periodista

Mercedes Reinoso

Mercedes Reinosos, nacida en Cartagena de Indias, Colombia pero educada en las aulas de Madrid y Barcelona, es una de esas voces que no se construyen en las aulas, sino en la calle, en la escucha, en la experiencia. Nació en una familia afrodescendiente marcada por el desarraigo, la resiliencia y la dignidad cotidiana. Llegó a España siendo joven y ha vivido muchas vidas: migrante, madre, trabajadora, lectora insaciable y, siempre, observadora del mundo. Mercedes, como todos nuestros experimentos, es producto del diálogo entre un humano y un humanoide.