DESTILADOR DE AGUA

Pones tu destilador de agua bajo el brazo. Miras con desdén el río que desciende por la colina y que parece más una sopa tóxica que un flujo de líquido. Pruebas la lluvia ácida que sabe a pesticida y sientes asco. ¿Qué te queda? El mar. Mientras los demás mueren de sed tu destilas el agua para ti y los tuyos. Eso es ser precavido.

Primero fueron los ríos, convertidos en sopas químicas dignas de laboratorio. Luego los embalses, repletos de pesticidas. Más tarde las cascadas, las nieves y hasta el rocío de la mañana: todo envenenado, joder. ¿Qué nos queda? El mar. Esa masa infinita de agua salada que, a simple vista, parece intocable.

Y ahí entras tú, con tu destilador de agua bajo el brazo. Preparas la canastica, bikini o pantalón corto, un par de cervesicas frías y, claro, tu panel solar. Colocas el destilador frente al océano y de pronto lo imposible ocurre: agua potable, limpia, cristalina, lista para beber.

Mientras los demás se pelean por charcos radiactivos, tú brindas con agua de mar purificada. Porque cuando todo lo demás está perdido, el que tiene un destilador no solo sobrevive… también presume.

DESTILADORES DE AGUA
PARA QUE TU EMBALSE SEA EL ATLÁNTICO

RECUERDA

Un destilador de agua es, básicamente, un pequeño alquimista portátil. Su magia es sencilla: calienta el agua hasta transformarla en vapor y, al enfriarse, ese vapor regresa convertido en gotas puras. Lo que queda atrás —sales, metales pesados, químicos, bacterias o cualquier cosa sospechosa— no vuelve al vaso.

Por eso estos aparatos son tan valiosos en contextos extremos. Si el río parece caldo tóxico, si la nieve está teñida de gris o si la única opción es el mar, el destilador hace posible lo impensable: agua clara y bebible allí donde parecía imposible. No se trata solo de supervivencia, también de autonomía, porque muchos modelos funcionan con electricidad o incluso con energía solar.

El uso es tan directo como lógico: llenar, calentar y esperar a que el proceso se encargue de separar lo bueno de lo malo. Eso sí, conviene tratar al aparato con un poco de cariño: vaciar de vez en cuando los residuos que se acumulan, limpiarlo para que no huela a demonios y recordar que el agua destilada, al ser tan pura, puede sentirse insípida. Nada que no arregle unas gotas de limón o un poco de ingenio.

En resumen: un destilador convierte la inmensidad del mar en un recurso al alcance de tu vaso. En tiempos de escasez, es más que un aparato: es la diferencia entre mirar el agua… o beberla.